En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'. Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.
El rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'. (Lc 16,19-31).
Hambrientos y obesos
En los últimos días las noticias que lanzan a México al escaparate de todo el mundo, han sido sus celebraciones centenarias, la masacre de los indocumentados y los primeros lugares que ocupa por su obesidad y sobrepeso. ¿Pasamos de ser un pueblo hambriento a ser un pueblo con excesos de comida? Mal haríamos en pensar esto. Seguimos siendo un pueblo desnutrido, pero “panzudos” por una desequilibrada alimentación. Han vuelto a aparecer las enfermedades propias de la pobreza y gran parte de nuestro país pierde la esperanza de un día poder participar en una mesa digna. México es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza y lejos de superar esta situación se agrava por el deterioro adquisitivo de los trabajadores, por el creciente desempleo, por la corrupción y la violencia, y por la situación de abandono y discriminación de las labores agrícolas. Más gordos pero menos compartidos; malamente alimentados y comiendo egoístamente. ¿Será verdad?
Comidas simbólicas
Para Cristo es tan importante la comida que los principales signos del Reino los ha centrado en torno a una mesa; sus simbolismos los ha plasmado en un banquete y su entrega la ha hecho realidad en la Eucaristía. El rostro de Dios Padre que nos muestra Jesús pasa necesariamente por sus hechos y dichos en torno a una mesa y a un alimento compartido. Es fundamental para la humanidad la alimentación, pero además, y juntamente con los alimentos, es fundamental el compartir la misma mesa, tomar los mismos alimentos en compañía de los hermanos. Así el hecho de comer abarca la vida entera, es alimento y es fuerza, no sólo para el estómago y la sangre, sino también para el espíritu: es una experiencia que da sentido de totalidad a nuestras vidas y a nuestras relaciones. Es obvio que quien no come se enferma y muere, pero junto a esta razón elemental, encontramos en la alimentación compartida gran parte del sentido de la humanidad. Se trabaja para comer, pero no se quiere atragantar solo y abandonado, se busca el alimento, pero sólo el egoísta lo disfruta en soledad. Por eso para Jesús son tan importantes las comidas, por eso es tan grave la indiferencia que deja al hermano separado y humillado hasta desear las migajas.
Una mesa partida no compartida
Cuando escuchamos a Jesús narrar esta parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, quizás esperaríamos en su condena un reclamo por las injusticias que cometió al haberle quitado sus bienes, como lo hacen los profetas como Amós en la primera lectura. Jesús no hace alusión a esta circunstancia, no dice que el rico estuviera haciendo objetivamente nada malo respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es llevado al lugar de castigo. Pero así, la acusación consiste en la cerrazón de ojos y oídos para no escuchar y no atender el dolor de quien estaba tumbado a la puerta. Es el pecado de la indiferencia lo que ocasiona la condena del rico. Es el pecado de omisión lo que ahora le cierra las puertas de un paraíso que es sobre todo comunión. No percatarse de la suerte del que sufre, dar la espalda al oprimido, hacer oídos sordos al que está caído, no dar de comer al hambriento, son los motivos de condena. Jesús, en la parábola, pinta con rasgos hasta dramáticos esta terrible realidad: es capaz un perro de lamerle las llagas a Lázaro, pero no es capaz el rico de darse cuenta de dolor de su hermano.
Se abre un abismo inmenso
Ya Morelos en sus “Sentimientos de la Nación”, expresaba que uno de los retos que enfrentaría la incipiente patria, sería moderar tanto la opulencia como la pobreza para lograr así una mayor igualdad social. Lo triste y doloroso es que la brecha entre pobres y ricos se ensancha y parece que se abre un abismo entre las clases sociales que nubla la vista de quien más tiene y le impide darse cuenta de la inopia del que sufre. La ceguera y la falta de sensibilidad que produce la riqueza y el estomago repleto de quien vive en la opulencia y el despilfarro, le llevan a actitudes chocantes y humillantes frente a los hermanos que padecen desnutrición y hambre. No hemos superado esa brecha. Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el tercer mundo. La riqueza nubla la visión y por eso no somos capaces de percatarnos de tan grave situación. Ya dice Jesús que ni aunque resucite un muerto, serán capaces de cambiar el corazón.
Caminos de fraternidad
Hoy también uno de los graves retos que reconocen los Obispos debe afrontar nuestro México, en esta Patria que celebra Centenarios y Bicentenarios, es la pobreza: “No debemos acostumbrarnos nunca a un escenario de desigualdad social y a una pobreza creciente, como si se tratara de un fatalismo insuperable o un determinismo sin salida. El problema de fondo está en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”. Por ello, al escuchar esta parábola no debemos tomarla como una aceptación fatalista en espera de una redención y justicia después de la muerte. Es el compromiso serio que nos obliga a todos a buscar caminos de superación de esta hambre y discriminación que impide a los hermanos sentarse con dignidad a la mesa de los mismos manjares para todos. No bastan los programas sociales asistencialistas, ni el dar migajas que más que saciar el hambre, sacian nuestras conciencias. La mesa que Jesús propone es la de la igualdad y la de la fraternidad.
La parábola de Jesús no pospone una solución ante esta mesa partida y egoísta, esperando un castigo en la eternidad. El final de la parábola regresa a un “ahora” muy actual que exige respuestas generosas, decididas y valientes. Exige una respuesta individual y comunitaria que nos lleve a no postergar más esta situación que contradice los valores evangélicos. ¿Qué estamos haciendo concretamente por cambiar la situación de los más pobres? ¿Cómo nos unimos a sus anhelos y sus sueños, no dando solamente paliativos sino cambiando estructuras injustas? ¿Qué nos dice aquí y ahora esta parábola de Jesús?
Dios nuestro, que has creado un mundo maravilloso y haces salir tu sol sobre todos los humanos, concédenos un corazón generoso para compartir la mesa, y ayúdanos para no desfallecer en la lucha por construir tu Reino. Amén.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal
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