La celebración de los misterios de la muerte y resurrección del Señor nos invitan a contemplarel acontecimiento de la cruz de donde surge verdaderamente la pascua, la victoria de la vida en la entrega total de Jesús de Nazaret. El drama del proceso de Jesús es constante, aunque ocurrió una vez para siempre, nos interpela hoy a nosotros, e interpela la conciencia de sus seguidores de todos los tiempos.
En la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, Jesús es el justo condenado que sufre la violencia de parte de los pecadores. Esta lleno de alusiones bíblicas y pensado para el uso litúrgico en la comunidad.
La cena pascual (26,14-35) nos recuerda el gesto y las palabras de Jesús que invita a los discípulos a comer su cuerpo y a beber su sangre, signos proféticos de la entrega de su vida en la cruz, porque desea compartir con ellos el camino y el destino de su existencia. Jesús tiene la certeza de lo que va a ocurrir. En medio del dolor por la traición de “uno de los suyos” (Judas) y por la negación de Pedro, quien será “el depositario de su fidelidad”, el Maestro se dona en la presencia Eucarística para siempre.
El huerto de Getsemaní (26,36-46). ¡Un Jesús irreconocible! Él que mandaba a los vientos y a los mares y le obedecían, que decía a todos que no tuvieran miedo, ahora es presa de la tristeza y angustia. ¿Cuál es la causa? “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa”, que indica todo el conjunto de sufrimientos que están a punto de abatirse sobre Él, y que indican “el pecado del mundo” que Él ha tomado sobre sí. Jesús es el modelo del perfecto orante que experimenta la "agonía" que supone la búsqueda y la aceptación sincera de la voluntad de Dios. Los discípulos son invitados a "velar" con Jesús, es decir, a compartir con él su destino adoptando su actitud del Hijo, orante y fiel.
¡Cristo está en agonía en el huerto de los olivos hasta el fin del mundo! No hay que dejarlo solo. Está en agonía allí donde hay un ser humano que lucha con la tristeza, el miedo, la angustia, la depresión, en una situación sin camino de salida. Podemos hacer muchas cosas por el Jesús que agoniza hoy en la tragedia del odio, la violencia del crimen organizado, la guerra, la pobreza, las persecuciones, la tragedia de los emigrantes…
El arresto (26,47-56). Subraya el camino doloroso de quienes se decían sus discípulos, sus seguidores. Ante la fragilidad humana, ante quienes practican la crueldad con Él y con los seres humanos, Jesús, que en el sermón de la montaña había declarado superada la venganza y la justicia de la ley del talión en las relaciones humanas (“ojo por ojo, diente por diente”), vuelve a manifestar su apasionado amor por el perdón y la no violencia. Él es el modelo de la no violencia.
El proceso judío (26,57-75) es la ocasión para la última y gran revelación de Jesús delante de su pueblo:"a partir de ahora verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso venir sobre las nubes del cielo". Llevado ante las máximas autoridades espirituales y sociales de su tiempo, declara su identidad y profetiza su función de “poder supremo en el Reino de Dios”. La solemne declaración de realeza, de mesianismo y de divinidad, provoca el total rechazo de Israel. Paradójicamente, mientras Jesús reconoce abiertamente su identidad de Hijo y juez universal, uno de sus discípulos, Pedro, el primero de ellos, reniega de su Maestro delante de las insistentes preguntas de dos criadas y un grupo de gente.
El proceso romano (27,1-31) deja en claro la elección de Israel (eligieron a Barrabás), la injusticia de las autoridades del imperio (Pilato) y la simpatía de los paganos (la mujer de Pilato). Esta última, iluminada por un sueño, invita al marido a no involucrarse en la suerte de "este justo". Jesús, como los antiguos profetas y justos perseguidos y condenados a lo largo de la historia bíblica (cfr. Mt 23,29.35), muere por haber anunciado la verdad de Dios en un mundo de falsedad y de injusticia. En la imagen de Jesús, objeto de burla y de ofensas de parte de los paganos como "rey de los judíos", se mezclan las características del Mesías humilde (Mt 21,5) y del siervo de Yahvéh, insultado y sometido a crueles torturas (Is 50,6).
La crucifixión (27,32-50) es el momento culminante del relato. Jesús muere como el justo perseguido y torturado injustamente. Delante de él desfilan la humanidad que blasfema, las fuerzas del cosmos que anuncian una manifestación divina (tinieblas y terremoto), los nuevos creyentes (el centurión), y la nueva humanidad liberada de la muerte por el Cristo (los muertos que salen de los sepulcros).
La muerte de Jesús. Jesús muere en total soledad, rechazado por los hombres y aparentemente abandonado por Dios. La cruz del Señor es, al mismo tiempo, abandono y donación sin reservas. El grito de Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", no sólo da la medida de la profunda soledad y el sufrimiento del Señor, también indica su plena confianza en Aquel que lo puede salvar. El silencio de la cruz revela la infinita comunión del Padre y del Hijo, y la convierte en buena noticia para todos, los que como Jesús, viven y mueren rechazados por el mundo y aparentemente abandonados por Dios. En la cruz Jesús ha expiado con anticipación todo el ateísmo que existe en el mundo. No solo el de los ateos declarados, también el de los que viven “como si Dios no existiera”, relegándolo al último puesto de su propia vida. Dios es hoy “un marginado de la mayoría de los hombres”.
Sólo la fe en Jesús, muerto y resucitado, puede dar sentido a tantos silencios humanos y divinos que encontramos en el camino de nuestra vida. Es la fe en Jesús, muerto y resucitado, la que hace que la Iglesia esté siempre de parte de los humillados, los débiles, los oprimidos, y los crucificados de este mundo. Es la fe en Jesús la que mueve a la Iglesia a realizar su misión a imagen de su Señor, en el ocultamiento y la sencillez, en el rechazo al poder y a la gloria, con la mística de la cruz: en la humillación y el dolor por amor.
Durango, Dgo., 17 de Abril del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
En la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, Jesús es el justo condenado que sufre la violencia de parte de los pecadores. Esta lleno de alusiones bíblicas y pensado para el uso litúrgico en la comunidad.
La cena pascual (26,14-35) nos recuerda el gesto y las palabras de Jesús que invita a los discípulos a comer su cuerpo y a beber su sangre, signos proféticos de la entrega de su vida en la cruz, porque desea compartir con ellos el camino y el destino de su existencia. Jesús tiene la certeza de lo que va a ocurrir. En medio del dolor por la traición de “uno de los suyos” (Judas) y por la negación de Pedro, quien será “el depositario de su fidelidad”, el Maestro se dona en la presencia Eucarística para siempre.
El huerto de Getsemaní (26,36-46). ¡Un Jesús irreconocible! Él que mandaba a los vientos y a los mares y le obedecían, que decía a todos que no tuvieran miedo, ahora es presa de la tristeza y angustia. ¿Cuál es la causa? “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa”, que indica todo el conjunto de sufrimientos que están a punto de abatirse sobre Él, y que indican “el pecado del mundo” que Él ha tomado sobre sí. Jesús es el modelo del perfecto orante que experimenta la "agonía" que supone la búsqueda y la aceptación sincera de la voluntad de Dios. Los discípulos son invitados a "velar" con Jesús, es decir, a compartir con él su destino adoptando su actitud del Hijo, orante y fiel.
¡Cristo está en agonía en el huerto de los olivos hasta el fin del mundo! No hay que dejarlo solo. Está en agonía allí donde hay un ser humano que lucha con la tristeza, el miedo, la angustia, la depresión, en una situación sin camino de salida. Podemos hacer muchas cosas por el Jesús que agoniza hoy en la tragedia del odio, la violencia del crimen organizado, la guerra, la pobreza, las persecuciones, la tragedia de los emigrantes…
El arresto (26,47-56). Subraya el camino doloroso de quienes se decían sus discípulos, sus seguidores. Ante la fragilidad humana, ante quienes practican la crueldad con Él y con los seres humanos, Jesús, que en el sermón de la montaña había declarado superada la venganza y la justicia de la ley del talión en las relaciones humanas (“ojo por ojo, diente por diente”), vuelve a manifestar su apasionado amor por el perdón y la no violencia. Él es el modelo de la no violencia.
El proceso judío (26,57-75) es la ocasión para la última y gran revelación de Jesús delante de su pueblo:"a partir de ahora verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso venir sobre las nubes del cielo". Llevado ante las máximas autoridades espirituales y sociales de su tiempo, declara su identidad y profetiza su función de “poder supremo en el Reino de Dios”. La solemne declaración de realeza, de mesianismo y de divinidad, provoca el total rechazo de Israel. Paradójicamente, mientras Jesús reconoce abiertamente su identidad de Hijo y juez universal, uno de sus discípulos, Pedro, el primero de ellos, reniega de su Maestro delante de las insistentes preguntas de dos criadas y un grupo de gente.
El proceso romano (27,1-31) deja en claro la elección de Israel (eligieron a Barrabás), la injusticia de las autoridades del imperio (Pilato) y la simpatía de los paganos (la mujer de Pilato). Esta última, iluminada por un sueño, invita al marido a no involucrarse en la suerte de "este justo". Jesús, como los antiguos profetas y justos perseguidos y condenados a lo largo de la historia bíblica (cfr. Mt 23,29.35), muere por haber anunciado la verdad de Dios en un mundo de falsedad y de injusticia. En la imagen de Jesús, objeto de burla y de ofensas de parte de los paganos como "rey de los judíos", se mezclan las características del Mesías humilde (Mt 21,5) y del siervo de Yahvéh, insultado y sometido a crueles torturas (Is 50,6).
La crucifixión (27,32-50) es el momento culminante del relato. Jesús muere como el justo perseguido y torturado injustamente. Delante de él desfilan la humanidad que blasfema, las fuerzas del cosmos que anuncian una manifestación divina (tinieblas y terremoto), los nuevos creyentes (el centurión), y la nueva humanidad liberada de la muerte por el Cristo (los muertos que salen de los sepulcros).
La muerte de Jesús. Jesús muere en total soledad, rechazado por los hombres y aparentemente abandonado por Dios. La cruz del Señor es, al mismo tiempo, abandono y donación sin reservas. El grito de Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", no sólo da la medida de la profunda soledad y el sufrimiento del Señor, también indica su plena confianza en Aquel que lo puede salvar. El silencio de la cruz revela la infinita comunión del Padre y del Hijo, y la convierte en buena noticia para todos, los que como Jesús, viven y mueren rechazados por el mundo y aparentemente abandonados por Dios. En la cruz Jesús ha expiado con anticipación todo el ateísmo que existe en el mundo. No solo el de los ateos declarados, también el de los que viven “como si Dios no existiera”, relegándolo al último puesto de su propia vida. Dios es hoy “un marginado de la mayoría de los hombres”.
Sólo la fe en Jesús, muerto y resucitado, puede dar sentido a tantos silencios humanos y divinos que encontramos en el camino de nuestra vida. Es la fe en Jesús, muerto y resucitado, la que hace que la Iglesia esté siempre de parte de los humillados, los débiles, los oprimidos, y los crucificados de este mundo. Es la fe en Jesús la que mueve a la Iglesia a realizar su misión a imagen de su Señor, en el ocultamiento y la sencillez, en el rechazo al poder y a la gloria, con la mística de la cruz: en la humillación y el dolor por amor.
Durango, Dgo., 17 de Abril del 2011.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
No hay comentarios:
Publicar un comentario