Homilía II Domingo de Pascua Ciclo A
1.- INTRODUCCIÓN
Estamos ya dentro de la Cincuentena Pascual como tiempo en el cual brilla en nuestras celebraciones eucarísticas y en la vida de la Iglesia, la presencia de Cristo Resucitado de entre los muertos. Este domingo, leemos el evangelio de San Juan que nos cuenta cómo el Señor resucitado se hizo presente en medio de sus discípulos reunidos y temerosos en el cenáculo, en donde Jesús había celebrado con ellos la Cena Pascual. Reunidos y aún ignorantes de la suerte total de Cristo muerto y sin esperanza de entender todavía el misterio de la vuelta de Jesús a la vida, experimentan de pronto la presencia del Resucitado que los llena de asombro, temor y dudas.
Sin embargo, desde esos momentos de la presencia de Cristo en su dimensión trascendente de nueva vida radiante y bella, la comunidad de sus discípulos empieza a ser reconfortada y consolada, abriéndose a la aceptación del misterio de Cristo, muerto y resucitado.
2.- CRISTO RESUCITADO VIVE EN MEDIO DE LOS SUYOS DE AYER, HOY Y PARA SIEMPRE.
Las apariciones de Jesús resucitado nos revelan ciertas características que ahora en esta homilía trato de explicar, para aplicar el evangelio a nuestras vidas confiando con fe renovada en el Señor, quien a lo largo de más de veinte siglos vive y difunde su presencia y mensaje a través del testimonio de su Iglesia que lo hace presente para todos los pueblos de la tierra, en orden a la salvación temporal y eterna que Dios por medio de su Hijo hecho hombre y con la acción vigorosa de su Espíritu Santo, lleva a cabo en la historia hacia el más allá del cielo.
a).- La iniciativa es siempre de Jesús.
En efecto, los discípulos del Señor son sorprendidos con las apariciones de resucitado. Eran hombres rudos sin preparación y no tenían capacidad para hacer especulaciones acerca de Cristo, su maestro y compañero, quien los había llamado para que lo siguieran, estuvieran con El, aprendieran su evangelio; constataran sus milagros, predicaran en su nombre expulsando a los demonios de los posesos, curando enfermedades y luchando contra el demonio. De esta manera su vocación se iría realizando y configurando hasta alcanzar la fe adulta basada en el hecho señero de la Resurrección. En todo esto, se manifiesta la iniciativa de Cristo como dueño de la vida de los hombres a quienes El tanto ha amado y los ha hecho partícipes de su misión y vida plena.
b).- Jesús no es reconocido en su primer momento.
Esta es la constante que se revela en las actitudes y comportamientos de sus discípulos. Ellos dudan, temen y se muestran reacios a creer, son presa de cierta incredulidad. Por esta razón, Cristo les da signos de su condición de resucitado: se les manifiesta con el mismo cuerpo, si bien en una nueva condición. Pasa a través de los muros y puertas cerradas. Come con ellos. Se deja tocar y muestra sus llagas cicatrizadas. Es el mismo que compartió su vida con ellos antes de morir y resucitar.
c).- El reconocimiento de Jesús por parte de sus discípulos.
Este reconocimiento y aceptación se llevan a cabo en un segundo momento. De la inseguridad, temores y dudas, pasan gozosos y seguros a la aceptación de su maestro y señor. De pronto, son invadidos por una fe segura y firme. Están ciertos de Cristo presente en su nueva dimensión de resucitado. Ahora los discípulos han entrado en el campo de la fe como don magnífico de Cristo y su Espíritu. De cobardes y timoratos, pasarán a ser valientes, decididos y fieles anunciadores de Jesús, hasta llegar a la muerte si fuera preciso y como sucedió con algunos de ellos. ¡Son testigos de la muerte y resurrección de Cristo en el tiempo y para la eternidad! ¡Habrán de confirmar a todos los hermanos creyentes por ser testigos cualificados y escogidos por Dios para anunciar la buena nueva de Jesús!
d).- Son misioneros de Cristo en la Iglesia y en el mundo.
Los evangelistas nos narran que a partir de la Resurrección de Cristo, sus discípulos confirmados en la fe, se lanzan a predicar y a testimoniar la persona y la doctrina del Señor. Jesús con sus apariciones les da la misión de anunciarlo, dándoles la fuerza y por ello el dinamismo seguro y convincente de su misión evangélica, ya sin miedos, sin temores e inseguridades.
3.- LA INCREDULIDAD Y LA CONFIRMACIÓN DE LA FE DEL APOSTOL TOMAS, CONFIRMA NUESTRA FE DE CRISTIANOS.
El evangelio de San Juan da cuenta de las apariciones de Cristo resucitado en el Cenáculo en dos domingos. En el primero, el Apóstol Tomás no estaba presente con el resto de sus compañeros. En la tarde del mismo día de la Resurrección de Cristo, se les aparece: los saluda deseándoles la paz; sopla sobre ellos para darles el don del Espíritu Santo que los confirma en su fe y les confiere el poder de perdonar los pecados. Ocho días después, estaba Tomás con sus compañeros. El había puesto condiciones de incrédulo para aceptar a Cristo: ver y tocar sus llagas, meter la mano en su costado. Cuando Jesús se aparece de nuevo, se dirige a él. Le `pide tocarlo y que se cumplan las condiciones que Tomás había manifestado. Fue entonces que se produjo la conversión de este apóstol exclamando: “¡Señor mío y Dios mío!”. Pero Jesús le replicó: “¡Tú crees porque me has visto, dichosos los que creen sin haber visto!”.
Esta bienaventuranza que Cristo ha manifestado en la conversión del apóstol Tomás, es para todos los que creamos incondicionalmente y con fidelidad perpetua en el poder de Cristo Resucitado. Hoy, nuestra misión de testimoniar a Cristo y su evangelio, es patrimonio nuestro hasta que muramos. Nuestra vida de cristianos debe estar cimentada en la fe apostólica que nos mantiene unidos a Cristo para ser suyos totalmente y dar razón de El siempre, en cualquier circunstancia y hasta la muerte. Somos heraldos gozosos y seguros de Cristo, vida nuestra y esperanza segura de la gloria que alcanzaremos más allá de esta vida con sus penas y alegrías, la cual sin embargo, es ya adelanto de la inmortal y eterna como fruto sazonado de la misma Resurrección del Señor.
¡Cristo ha resucitado, es el mismo ayer, hoy y siempre! ¡Vive entre nosotros, nos alienta en medio de las pruebas y retos de la hora presente! ¡Caminamos bajo la luz brillante e inapagable de su Resurrección, hasta alcanzar nuestra comunión definitiva con El y en la comunión de los Santos en el cielo!...
Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas a primer día del mes de mayo de 2011.
+ Fernando Mario Chávez Ruvalcaba
Obispo Emérito de Zacatecas
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