miércoles, 8 de junio de 2011

El Magnificat: una oración para tiempos nuevos

Carta pastoral de la Conferencia Episcopal de Nicaragua

MANAGUA, miércoles 8 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Los obispos de Nicaragua, el pasado 31 de mayo, en la fiesta de la Visitación de María, han escrito una carta pastoral sobre “El Magnificat: una oración para tiempos nuevos”, en este país centroamericano que vive un “año de oración”, decretado por la Conferencia Episcopal.

Mientras se encaminan hacia un día de ayuno nacional por Nicaragua el próximo 1 de julio, los prelados invitan a implorar a la Virgen por la situación del país, comprometiéndose a rezar el rosario personalmente, en las familias y en las comunidades.

Citan a Benedicto XVI que, en 2007, exhortaba en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida: “Permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas”.

Los obispos ofrecen una reflexión bíblica sobre el Magnificat, y exhortan a orar y meditar a la luz de “esta bella oración de la Virgen”.

El Magnificat, dicen, es como “el espejo del alma de María” (Puebla, 297), es la oración de los pobres auténticos del pueblo de Israel: “Lo primero que María nos enseña es algo tan sencillo como dejarnos mirar por Dios, sentirnos acogidos y envueltos en su ternura, en su perdón, en su amor incondicional”, “¡Descubrámonos amados por Dios como María!”, afirman.

“En Nicaragua, cada uno personalmente y todos como comunidad nacional, superemos los miedos, la indiferencia egoísta y la autosuficiencia de quien se apoya en sí mismo. Reconozcamos con gratitud que lo mejor de nuestra vida y las muchas riquezas de la cultura y de la historia de nuestra patria han sido un don gratuito de Dios, que siempre llena de bendiciones a quienes se abren a su gracia con libertad y responsabilidad”, subrayan.

Afirman los pastores que el Magnificat es el prólogo de las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús: “Ella nos enseña que la felicidad anunciada en el Evangelio no se basa en la avidez y la posesión de bienes materiales, ni en los goces pasajeros que nos engañan y deshumanizan, ni en la ambición desmedida de poder sobre los demás a toda costa”.

“En el Magnificat la Virgen María aparece libre de la ansiedad y la inquietud que nacen del egoísmo, del orgullo y de la búsqueda de los propios intereses. Se presenta más bien con la serenidad profunda de quien se sabe acogida y bendecida por el amor de un Dios que colma todos sus deseos. En María vemos lo que acontece cuando alguien permite que Dios intervenga en la propia vida y le cede el protagonismo de la propia existencia. Ella nos muestra hasta dónde puede llegar la acción misericordiosa de Dios, que siempre está llamando a la puerta de nuestro corazón y de nuestra sociedad para colmarnos de vida y de felicidad”, añaden.

“Como creyentes debemos vivir con serenidad y esperanza, sabiendo que nuestra vida y la historia de nuestra patria, ‘de generación en generación’, se verán bendecidas por la fidelidad amorosa de Dios. Su perdón infinito y su providencia cotidiana nos protegerán y auxiliarán en todo momento, siempre que nos esforcemos por discernir su voluntad y seguir sus caminos”, exhortan los obispos.

“Desde su experiencia personal de la gracia divina, María mira en derredor y contempla la historia”. “Ve la historia más allá de las apariencias y ve cuál es el fondo de la realidad, descubriendo quiénes para Dios están arriba y quiénes abajo, quiénes están llenos y quiénes vacíos, quiénes cerca y quiénes lejos”, escriben los obispos.

María, señalan, “no es indiferente frente a los problemas de su pueblo”. “De ella debemos aprender que es exigencia de nuestra fe conocer y comprender la realidad social y política del país, comprometernos en transformarla sabiendo que Dios se inclina siempre a favor de los pobres y denunciar con valentía todo aquello que se oponga a los valores evangélicos de la justicia, la verdad y la fraternidad”.

María, en su mirada profética, “ve a los hambrientos ya saciados, a los humildes y abatidos exaltados y a los ricos y poderosos despedidos con las manos vacías. Los soberbios de corazón, los arrogantes y orgullosos que buscan sus intereses y exigen que se rinda culto a su personalidad (Rom 1,30; 2 Tim 3,2; St 4,6; 1 Pe 5,5), se pierden y se dispersan por autodivinizarse, siguiendo sus caminos y no los de Dios. Los poderosos que ejercitan el dominio en modo despótico y autoritario consolidándose en modo prepotente y tiránico sobre los demás (Lc 22,25), actúan como si Dios no existiera y por eso Dios mismo los destrona y derriba. “Los tronos de los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras el trono de Dios es la única roca que no cambia y no cae” (Benedicto XVI, Rezo del Rosario, San Pedro 31.05.08)”.

Exhortan a, como discípulos de Jesús, “aprender a corregir continuamente nuestra percepción de la realidad del mundo”. A imitación de María, deben esforzarse por “ver y comprender siempre a las personas, las relaciones sociales y los procesos políticos desde la perspectiva de Dios y de su voluntad”. “A los pobres hay que respetarlos en su dignidad: debemos comprometernos en su promoción humana integral más allá del puro asistencialismo económico y hacer que sean sujetos de su propia historia”.

Y concluyen los obispos invitando a todos a orar “como María para ser como ella, hombres y mujeres contemplativos, capaces de ver con mirada de fe la realidad y de comprometernos con el Reino de Dios”.

“Iluminados interiormente por el Espíritu Santo en la oración y guiados por la Palabra de Cristo, descubrámonos siempre amados por Dios, vivamos con alegría y esperanza y colaboremos con sabiduría para construir un país más humano y desarrollado, más justo y pacífico”.

Por Nieves San Martín

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