Con
motivo de la festividad de Corpus Christi, Día de la Caridad, que se celebra el
próximo 2 de junio, la Comisión Episcopal de Pastoral Social ha hecho público
un Mensaje cuyo texto ofrecemos a continuación.
*****
1.-
Dios es Amor
“Dios
es amor” nos dice S. Juan (1 Jn 4,
8). Como el ser y el obrar son inseparables en Dios, todas sus obras son fruto
de su amor infinito. Entre todas las criaturas, el hombre, creado a su imagen y
semejanza, es el objeto principal de su amor: “Mis delicias están con los hijos
de los hombres” (Prov 8,
31). Por eso, habiendo perdido el hombre la relación con Dios a causa del
pecado original, y sufriendo por ello, como consecuencia, la muerte del
alma, Dios, por amor, se comprometió a salvarle a toda costa. S. Juan nos
lo dice así: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Este amor incondicional y generoso ha de ser, pues, la norma de comportamiento
para todo cristiano.
2.-
La perfección del cristiano está en amar
A
los que hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y manifestamos la voluntad de seguir a Jesucristo, nos ha
dicho el Señor: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”
(Mt5,
48). La perfección de Dios se manifiesta en su amor: por eso, después de lavar
los pies a sus discípulos, dice: “os he dado ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn13, 15). Y en la reflexión que les
ofrece después que Judas había salido para entregarle, añade: “Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros” (Jn13,
34). Enseñándoles cómo debía ser ese amor, añade: “como yo os he amado, amaos
también unos a otros. En esto conocerán que sois discípulos míos” (Jn13, 34-35).
3.-
La ley del amor es la ley de la Iglesia
La
ley del amor es la ley de la Iglesia fundada por Jesucristo. Cuando el Señor
envía a sus Apóstoles, fundamento de su Iglesia, para que anunciaran el
Reino de Dios, les dice: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que
me recibe, recibe al que me ha enviado” (Mt 10,
40). La Iglesia ha de predicar siempre a Jesucristo en quien y por quien se
hace presente el Reino de Dios. Y Jesucristo es la expresión plena del amor de
Dios. Por tanto, la Iglesia, que es el Cuerpo de Jesucristo y le tiene como Cabeza,
no puede realizarse como tal si no vive y predica el amor a Dios y el amor de
Dios que no hace distinción de personas. Por eso “toda la actividad de la
Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano:
busca su evangelización mediante la palabra y los sacramentos…y busca su
promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es
el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos
y las necesidades, incluso materiales, de los hombres”[1]. En consecuencia, la
Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los
Sacramentos y la Palabra”[2]. “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de
actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que
pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia
esencia”[3].
4.-
La Iglesia es el sujeto de la caridad
La
caridad no es un ejercicio de la Iglesia reservado a algunos especialmente
capacitados y dedicados a este servicio. Es un deber de todos y cada uno de los
bautizados. El amor a Dios y al prójimo son inseparables. Quien ama a Dios no
puede olvidar el amor al prójimo; ambos tienen su origen en Dios que nos ha
amado primero y que nos ama siempre. Por tanto, nuestro amor no es una
imposición de Dios o un precepto para mayor perfección. Es, sencillamente, una
respuesta o una correspondencia lógica y necesaria a Dios que nos ha
amado primero[4].
En
razón de ello, podemos entender que en el reciente Motu proprio sobre el
servicio de la caridad[5], insista sobre lo que ya dijo Benedicto XVI en la
Encíclica “Deus
Caritas est”: “todos los fieles tienen el derecho y el deber de
implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó,
brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también
sosiego y cuidado del alma”[6] .
5.-
La dimensión caritativa en la responsabilidad de los pastores
Por
todo ello, la promoción y orientación del ejercicio de la caridad es
responsabilidad del Obispo como Pastor de la Iglesia particular. Y, “en la
medida en que dichas actividades las promueva la propia Jerarquía, o cuenten
explícitamente con el apoyo de la autoridad de los Pastores, es preciso
garantizar que su gestión se lleve a cabo de acuerdo con las exigencias de las
enseñanzas de la Iglesia y con las intenciones de los fieles”[7].
6.-
Eucaristía y caridad
La
Eucaristía, “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”[8],
“nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo
pasivo el Logos, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega. Él nos
atrae hacia sí”[9]. Por ello, la Eucaristía es la fuente de la verdadera
caridad. “En la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por
cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio
de la caridad para con el prójimo, que consiste justamente en que, en Dios y
con Dios, amo también a la persona que no me agrada y ni siquiera conozco”[10].
Así
como el amor a Dios, especialmente cultivado en la Eucaristía, es el motor del
amor al prójimo, también es cierto que “el amor al prójimo es un camino para
encontrar a Dios. Cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en
ciegos ante Dios[11].
La
Eucaristía, signo de unidad, es el fundamento y el alimento de la comunidad
eclesial. Por tanto, la caridad, que brota de la Eucaristía, debe tener una
dimensión eclesial, comunitaria; de tal modo que no quede como un ejercicio
particular sino como la colaboración de cada uno en la obra de la Iglesia, sea
a través de la parroquia, o de otra comunidad cristiana. El espíritu de caridad
alimentado en la Eucaristía nos capacita para atender al prójimo (“cualquiera
que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar”)[12], mirándole con los ojos
de Cristo. Entonces podemos descubrir sus necesidades reales y ofrecerle mucho
más que cosas externas necesarias. Podremos ofrecerle la mirada de amor que él
necesita[13]; la mirada de amor que merece Jesucristo. “En verdad os digo que
cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo
lo hicisteis”[14].
7.-
La íntima relación entre la fe y la caridad
En
el Año de la Fe, es muy oportuna la reflexión acerca del mandato del amor
fraterno, porque este no resulta plenamente lógico desde perspectivas
simplemente humanas. Sin fe no es posible descubrir en el hermano doliente y
necesitado, sea conocido o desconocido, amigo o enemigo, agradable o
desagradable, su esencial condición de imagen y semejanza de Dios y, por tanto,
el rostro de Jesucristo, varón de dolores que se refleja en él y que merece
toda nuestra atención.
La
caridad exige de nosotros una constante conversión que nos permita vencer todo
egoísmo y olvido de los demás, y asumir la entrega generosa de lo que
somos y tenemos. Pero este cambio sincero y profundo no es posible si no es
movido por la fe. Así nos lo enseña Benedicto XVI: “La fe que actúa por el amor
se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la
vida del hombre”[15]. Y, al mismo tiempo, “la fe crece cuando se vive
como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de
gracia y gozo”[16]. La fe está en el origen de la vida eclesial; los fieles
cristianos movidos por la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la
celebración de la Eucaristía ponían en común todos los bienes para atender las
necesidades de los hermanos[17]. Todo ello nos lleva a concluir que “la fe sin
la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente
a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente. De modo que una
permite a la otra seguir su camino”[18].
Debemos
aprovechar, pues, el Año de la Fe como una oportunidad providencial para
intensificar el testimonio de la caridad.
8.-
Tres incentivos para el ejercicio de la caridad
El
Año de la Fe, la celebración de la Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi,
y el aniversario del Concilio Vaticano II, especialmente explícito en la
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo, han de constituir un motivo
especial de reflexión, de conversión y de proyectos personales y comunitarios
ordenados al mejor ejercicio de la caridad con los necesitados.
9.-
Una llamada a servir a los pobres
Jesús
se ciñó la toalla, con humildad asumió el oficio de los esclavos y lavó los
pies de los apóstoles. Precioso icono que nos invita a acercarnos a los
hermanos más pobres, a los que sufren, a los más necesitados despojándonos de toda
riqueza, de toda actitud de suficiencia, compartiendo con ellos lo que somos y
tenemos. Sólo la solidaridad nos ayudará a avanzar por caminos que den vida y
esperanza a los hermanos más pobres.Vivir
sencillamente ayudará a que otros, sencillamente, puedan vivir,
nos dice la campaña institucional de Caritas para este Año de la Fe.
Aprovechemos
la llamada de Dios a través de la Iglesia y la gracia que el Señor nos ofrece
constantemente para que avancemos en nuestra conversión rompiendo con
individualismos egoístas y abriendo el alma a la generosidad del amor según el
ejemplo de Jesucristo.
Escuchemos
el clamor de los que mueren de hambre en el Tercer Mundo, de los que están en
paro, de los mayores solos y de los enfermos, de los desahuciados y víctimas de
violencia, que sientan el amor y la cercanía de todos nosotros a través de
nuestro compromiso solidario.
5
de mayo de 2013
NOTAS
[1] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 19.
[2] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 22.
[3] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 25.
[4] Cf.
BENEDICTO XVI, Deus
caritas est, nn.1y 17.
[5] BENEDICTO
XVI, Motu Proprio “Intima
ecclesiae natura”, 11 de noviembre de 2012.
[6] Cf.
BENEDICTO XVI, Deus
caritas est, n.28.
[7] BENEDICTO
XVI, Motu Proprio “Intima
ecclesiae natura”. Proemio.
[8] BENEDICTO
XVI, Sacramentum
caritatis, 47.
[9] BENEDICTO
XVI, Sacramentum
caritatis, 11.
[10] BENEDICTO
XVI, Sacramentum
caritatis, 88.
[11] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 16.
[12] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 15.
[13] Cf.
BENEDICTO XVI, Deus
caritas est, n. 18.
[14] Mt 25, 40.
[15] BENEDICTO
XVI, Porta
fidei, n.6.
[16] BENEDICTO
XVI, Porta
fidei, n.7.
[17] Cf. Hch 4, 18-19.
[18] BENEDICTO
XVI, Deus
caritas est, n. 14.
No hay comentarios:
Publicar un comentario