domingo, 10 de noviembre de 2013

padre yermo

Una mirada sobre José María de Yermo Y Parres

“Puebla, maravillosa tierra de los Ángeles, tuvo el honor de acoger en su seno en los mejores años de su vida a José María de Yermo y Parres, hombre de Dios, que consagró su vida al servicio y educación de sus hermanos desposeídos y marginados.
José María de Yermo vino al mundo en una época ciertamente difícil para México, su vida se desenvuelve entre 1851 y 1904. El 10 de noviembre llegó al mundo entre las bellezas naturales de la Hacienda de Jalmolonga en el Estado de México, hacienda que era propiedad de los Yermo. José María nace de un matrimonio cristiano cuyas familias hunden sus raíces en las montañas de Burgos en España. En el siglo XVIII emigran a México los primeros Yermo, Su madre Doña Josefa Parres y su padre el Licenciado Don Manuel de Yermo y Soviñas. Aunque quedó huérfano de madre a los cincuenta días de su nacimiento fue no obstante educado con la ternura y la firmeza que caracterizaban a la familia.
José María aprendió de su tía Carmen, de su padre, de su abuela y de su nana, lo que es vivir en cristiano, sin fanatismos y comprometidos. Fue en el seno de la familia donde se gestaron esos dos grandes amores que abrigaría su corazón por toda la vida: un serio amor a Dios y un amor servicial a los pobres.
Su primera educación académica la recibió de maestros particulares y más tarde en escuelas privadas. En el año de 1864 recibió de manos del emperador Maximiliano una medalla de honor al mérito por haber sobresalido como alumno distinguido. Fue en sus primeros años de estudio en la escuela, donde nació su amistad con Juan de Dios Peza, quien llegó a ser un distinguido poeta mexicano; esta amistad se afianzó y duró toda la vida; cuando murió José María, Peza escribió: "Fuimos amigos íntimos desde los 12 años de edad, 40 más o menos de trato fraternal, sin una sola interrupción nunca".
Muy pronto, José María se dio cuenta de que deseaba consagrar su vida a Dios en el sacerdocio. Llegar a su ideal no le costó poco, ya que las circunstancias inestables que vivía la sociedad, repercutieron en su espíritu y tras una juventud llena de luchas, crisis e inseguridades, por fin aterrizó en el Seminario de León Guanajuato y ahí en 1879 se ordenó sacerdote. Al entonces obispo de esa ciudad, el ilustre Sr. Díez de Sollano y para quienes le rodeaban no pasaron desapercibidas las extraordinarias dotes de José María, por lo cual le dieron altos nombramientos y cargos, que auguraban al joven sacerdote un camino ascendente en su carrera eclesiástica. Pero Yermo tenía otras dotes muy superiores a lo que se veía a simple vista, esas dotes ocultas, que sólo van descubriéndose con la gracia de Dios y que son dones especiales para una misión determinada. Muchas veces para descubrir estos dones, Dios permite que el sujeto en cuestión pase por etapas duras y sufrimientos crueles. Así pasó con José María. Cuando vino la muerte del Señor Díez de Sollano y hubo cambio de obispo en ese lugar, José María no cayó muy en gracia al nuevo prelado, pero Dios se valió de eso para descubrirle su verdadero camino. El nuevo obispo le nombró capellán en dos barrios marginales. Yermo no duda en admitir que aquel nombramiento hirió su orgullo. No obstante aceptó y comenzó a trabajar a pesar de su dolorido corazón.

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Un buen día al cruzar el río que se encontraba de paso a "El Calvario" que era una de sus capellanías, se encontró con unos puercos que estaban devorando a dos pequeñuelos recién nacidos. Aquel golpe, dada su fina sensibilidad, fue definitivo. No tardó en convertir la construcción iniciada a un lado del templo del Calvario en su primer asilo, en su primera obra de beneficencia.
El 13 de diciembre de 1885 quedó fundada aquella obra que a otro día se convirtió en centro de enseñanza naciendo así la primera escuela del Padre Yermo. Fue ese asilo la Casa Madre de otras muchas obras que el mismo Padre Yermo inició y que han continuado expandiéndose aún mucho después de su muerte, con la Congregación religiosa de "Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres" que como él dice se fue formando en sus manos sin pretensión de su parte: "aquel grano de mostaza, que no sé cómo vino a mis manos, nació y creció, y hoy alberga entre sus ramas a un gran número de pobres".
Su meta fue la evangelización y promoción del pobre y sobre todo de la mujer. Sabía que una mujer bien formada, es la base para una sociedad más justa y cristiana. No descuidó sin embargo la atención y solicitud a otros sectores de la sociedad desprotegida. Ya en 1888 las Hermanas se hicieron cargo del Asilo Particular de Caridad para ancianos en la ciudad de Puebla, asilo que perdura hasta nuestros días.
En ese mismo año cuando ya estaba a punto de trasladarse con su obra a Puebla, azotó a la ciudad de León, una terrible inundación de esas que llegan de vez en cuando sobre las bellas tierras del bajío. La presencia del Padre Yermo fue notoria en auxiliar a la gente, baste citar lo que dijo un periódico: "anoche en medio de la tempestad y con el agua a la cintura, el señor presbítero Yermo, acudía a todas partes en donde había peligro. Parecía multiplicarse. Hizo levantar un bordo cerca de la Garita y después de titánicos esfuerzos, él y los que arrastrados por su ejemplo ayudaban, tuvieron que abandonar la empresa... " Fue sobre todo esta hazaña en la que dio prueba de inmenso amor y valentía y las acciones que le siguieron en favor de los damnificados, lo que hizo que el entonces Gobernador del Estado de Guanajuato, General Manuel González, le elogiara con el título de "GIGANTE DE LA CARIDAD". Aunque alguien ha dicho después de su muerte, que el Padre Yermo fue un Gigante en todos los aspectos de su vida.
El Padre Yermo se percató de que Puebla era la ciudad elegida para asentar la sede de su naciente Congregación. En esta ciudad fundó la gran obra de la "Misericordia Cristiana" para la regeneración de la mujer caída en prostitución. En esa casa que adquirió con mil sacrificios, construyó además, escuelas, talleres y departamentos para niñas huérfanas. Todo lo lograba por su gran confianza en Dios, y su forma noble, sencilla y convincente de hacerse ayudar de la sociedad poblana.

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No era Puebla, el fin de sus empresas, y después de varias obras de beneficencia en este Estado, para 1890 su obra alcanza los límites de la patria y funda una escuela en Mérida, Yucatán. En 1904, año de su muerte, dejó fundada la primera escuela entre los indígenas de la Sierra Tarahumara, en el Estado de Chihuahua; ahí llevó a las Siervas, para que en colaboración con los Jesuitas, promovieran al rarámuri, llegando a decir que esa era lo obra más preciada para él, pues siempre mostró un ardiente deseo de llevar a las Hermanas a trabajar en esos lugares; en su oración decía al Señor: "Si este ardiente deseo de misión entre infieles me lo inspiras Tú, fecúndalo y señálame el camino."
Contento al ver la mano de Dios en todo cuanto emprendía, pero con los grandes sufrimientos a que tuvo que hacer frente durante toda su vida, ya que no le faltaron malos entendidos incluso con sus obispos, penas y enfermedades de todo género, vio llegar el ocaso de su vida envuelto en una terrible calumnia que acabó por minar su salud de por sí siempre débil, y en la mañana del 20 de septiembre de 1904, murió con la muerte de los justos, de los hombres grandes, en medio de una gran alegría porque sabía que se iba con su Señor, el fiel amigo que nunca le falló; por eso al morir pidió le cantaran un canto a María la Estrella de los Mares, quien le hizo arribar al puerto de la eternidad.
José María de Yermo y Parres, nunca se fue, su presencia continúa en una obra que ha trascendido el tiempo y el espacio. 1

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