Homilía IV Domingo de Cuaresma 1.- INTRODUCCIÓN. Con este Domingo, IV de la Cuaresma, estamos más o menos, a la mitad de este tiempo de preparación para vivir en profundidad la hermosa Pascua de Resurrección de Jesucristo, el Señor. El espíritu de este Domingo es de gozo sobrio y lleno de esperanza. La Iglesia nos alienta a no desmayar en el ejercicio de las obras de oración, ayuno, abstinencia, limosna y misericordia. La liturgia de hoy expresa la alegría en la espera de Jesús, quien nos invita a participar de su vida, dejándonos “iluminar” con el fuego de su amor y entrega. La antífona de entrada de esta eucaristía dominical, nos dice: “Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman. Regocíjense con ella, todos los que participaban de su duelo y quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos”. De esta manera, la Iglesia nos invita a contemplar a Jesucristo “Luz de los Pueblos”, esperanza cierta de la gloria, meta final de nuestra peregrinación por este mundo. 2.- “CRISTO ES LA LUZ DE LOS PUEBLOS” Este es el tema central de la Misa de este día y es oportuno recordar la enseñanza del Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática sobre La Iglesia: “Cristo es la luz de los pueblos. Por eso este Sagrado Concilio, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo que resplandece sobre el rostro de la Iglesia anunciando el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15)” ( L. G. n. 1 ). Constatamos con certeza todos los días que los hombres se debaten entre luces y sombras. Que el mundo de las tinieblas está bajo el poder del Maligno, del cual Cristo nos ha venido a salvar. La pérdida de valores, que continuamente vemos y nos dolemos, está a la orden del día. No voy a enumerar los males morales, físicos y sociales que aquejan a la humanidad, baste decir ahora y aquí, que nuestro mundo actual presenta muchas tinieblas de pecado, violencia y muerte. Sin embargo, los cristianos estamos llamados para poner nuestros ojos fijos en Jesús, autor de nuestra salvación. Que El es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Que fuera del ámbito de su luz creadora y renovadora, no existe ninguna salvación ni esperanza cierta de redención que sea fuente de luz. El evangelio de hoy nos narra extensamente el milagro de la curación de un ciego de nacimiento a iniciativa de Cristo, quien con su poder unta con saliva y lodo al ciego de nacimiento, envuelto en tinieblas, le manda lavarse en la piscina de Siloé (que significa “enviado”), para que recobre instantáneamente la luz de la vista. Los escribas y fariseos, llenos de incredulidad y enojo, interrogan al ex ciego y a sus padres para que expliquen de qué manera Cristo dio la vista. El ciego curado responde que el hombre que lo curó, viene de Dios. Esto tiene como consecuencia la expulsión de la Sinagoga del ciego que da testimonio firme del poder de Jesús, quien a la postre lo encuentra: “Supo Jesús que lo habían echado fuera y cuando lo encontró, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El contestó: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en El?. Jesús le dijo: Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ese es. El dijo: Creo, Señor. Y postrándose, lo adoró”. Así, Jesús se reveló como la Luz que da vida y alegría para todo aquel que crea en su poder divino humano, como el Hijo del Hombre, presente en el mundo de tinieblas para encender la luz y el fuego de su amor en los corazones afligidos y abatidos por la limitación, la caducidad y el pecado. 3.- CON CRISTO SOMOS HIJOS DE LA LUZ. La segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, nos enseña: “Hermanos: en otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son: la bondad, la santidad y la verdad”. De esta manera, siendo cristianos, sellados con la señal imborrable de nuestro bautismo, seremos “antorchas” que brillan en medio de las tinieblas, dando razón y testimonio del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Uniendo la fe con las buenas obras, para que viéndolas los hombres den gloria a Dios. Ser “luz de Cristo”, es la tarea de todos los días, en el dolor, la alegría y el consuelo, para los que creemos en nuestro Salvador y Redentor. Debemos ser heraldos de esperanza y consuelo en nuestro mundo, muchas veces presa de las tinieblas de pecado, tristezas, enfermedades, inseguridad y muerte. Para eso nos preparamos ahora con la Cuaresma, para que participando de la Luz de Cristo, muerto y resucitado, seamos “esperanza de la gloria” y animemos a nuestros hermanos, en sus familias, escuelas e instituciones sociales, para que también sean luz de Cristo. Este debe ser nuestro compromiso eficaz con la gracia divina, que ahora,, humildes y perseverantes, imploramos de Cristo, “Luz del mundo”. ¡Que así sea ahora y siempre con Cristo y sus Santos!... Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas, a 3 de abril de 2011. + Fernando Mario Chávez Ruvalcaba Obispo Emérito de Zacatecas
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