I Samuel 16, 1. 6-7, 10-13: “El Señor se fija en los corazones” Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” Efesios 5, 8-14: “Vivan como hijos de la luz” San Juan 9, 1-41: “”Fui, me lavé y comencé a ver” Visión deficiente Ahora lo puede platicar pero durante años fue un tormento para él y para sus padres que no entendían lo que estaba sucediendo. El papá de Ángel lo trata de explicar: “Él creía que veía bien y no entendía por qué los demás niños alcanzaban a ver cosas que él no. Por eso poco a poco se convirtió en un niño retraído, ensimismado, solitario y agresivo. No quería jugar, no quería ir a la escuela y estaba de mal humor. Hasta que un profesor nos mandó llamar y nos dijo que deberíamos revisar los ojos del niño porque no alcanzaba a ver las palabras en el pizarrón, mientras los otros niños las veían perfectamente”. El mismo Ángel ahora nos dice: “Cuando me pusieron los lentes, fue como aclarar todo. Cuando me los quito, veo todo borroso y solamente de cerca. No alcanzo a distinguir el rostro de las personas. Es como si enfocara con mis lentes su rostro y poco a poco pudiera distinguirlos. No me gustan los lentes pero me ayudan a ver. Dicen que hay posibilidades de que me hagan una operación para ver mejor. Ojalá se pueda porque yo no era triste ni enojón pero ¡no veía! Y creo que me daba miedo enfrentar la realidad”. Camino hacia la luz San Juan nuevamente nos sorprende en este cuarto domingo de Cuaresma al presentarnos a Jesús como la luz verdadera. Y lo hace a través de una narración llena de signos que nos muestran el camino que todo creyente va siguiendo para encontrar a Cristo e iluminar su vida. Deberíamos leer y releer atentamente esta narración del ciego de nacimiento porque cada palabra, cada personaje y cada detalle tienen una enseñanza para nuestra vida interior. Encontrar a Jesús siempre implica un gran cambio en la vida, una transformación interior y un riesgo que involucra toda nuestra persona. Simplemente con contemplar la imagen del hombre tirado, pidiendo limosna, a expensas de la misericordia, de la voluntad o del humor de los que pasaban, y contrastarla con la imagen del hombre libre que es capaz de oponerse a quienes lo acusan y que opta por una verdadera confesión de fe, nos movería a desear para nosotros esa misma libertad en búsqueda de la verdad. Encontrar a Jesús siempre iluminará nuestra vida y nuestras opciones. Los ojos miopes El inicio de la narración, además de describirnos levemente la situación del ciego, nos presenta la miopía de los discípulos, fieles exponentes de las creencias de su tiempo. Mirar todo bajo la óptica del pecado y de la acusación: echar culpas sobre los otros y analizar las situaciones sin aportar nuestros esfuerzos, son prácticas de todos los tiempos. Pero Jesús no mira así. Jesús entiende aun las peores situaciones como momentos de gracia y siempre encuentra la oportunidad para que “se manifiesten las obras de Dios”. En el lodo y la saliva muchos estudiosos pretenden ver como una nueva creación que nos llevaría hasta la magnífica narración del soplo divino dando vida al barro moldeado para crear a Adán. Mirar todo con los ojos del amor creador del Padre y no con los ojos de la destrucción y de la maldad, mirar cada día como un regalo del Dios de la vida y como una oportunidad para continuar su creación, serían una buena forma de querer ver con los ojos de Dios. Jesús mira más allá de la miseria o de las aparentes grandezas de los hombres para encontrar en el interior el sufrimiento y transformar en liberación y vida lo que parecían ataduras. Siempre la mirada de Jesús va hasta el interior de la persona y encuentra motivos para dar alabanza a su Padre. Los ojos de los acusadores Los siguientes personajes que nos presenta San Juan son los fariseos. Para ellos es más importante la ley que la vida. Ya desde aquel tiempo valían más las normas que la persona e importaban más los propios intereses que el dolor humano. Las luchas por el poder y el prestigio son más fuertes que el cuidado y bienestar de los más pequeños. Lo triste es que no se dan cuenta. Desde su óptica creen cumplir con Dios y también con la humanidad y lo único que hacen es utilizar tanto a Dios como las personas para su egoísmo. Es la constante realidad de quien a sus ojos y a su corazón le pone las gafas de la utilidad, de las normas y de las estructuras. Así como los fariseos nos parecen ridículos cuando están defendiendo una costumbre por encima de la salud de una persona, también así aparecen nuestros programas, los planteamientos neoliberales, los negocios de las potencias y los pleitos de los partidos políticos. Están buscando sus propios intereses y los disfrazan de un deseo de servir y de una necesidad del pueblo. Por eso son tan contradictorios. Así también actuamos cada uno de nosotros cuando descalificamos a las personas, cuando las despedimos sin atender sus necesidades, cuando nos escudamos en supuestas leyes. No miramos el corazón del otro. Ya en la primera lectura del libro de Samuel afirma el profeta: “El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”. ¿Podremos mirar a la persona por encima de las apariencias? Los ojos de los indiferentes Los curiosos y los padres nos presentan a quien mira con ojos quizás de simpatía pero no de compromiso. Podemos sentir lástima de las masas ingentes de hambrientos, hacer algunas preguntas de interés pero no comprometernos porque implica poner en riesgo nuestra comodidad y nuestra seguridad. Clarísima la respuesta de los papás, afirmando que son conscientes de todo el problema pero también lavándose las manos: “Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Quizás sea el espejo de muchos que hablamos y denunciamos las injusticias y la mentira, pero que después no estamos dispuestos a afrontar las consecuencias ni en la vida personal, ni en los riesgos que nuestra denuncia conlleva. Es fácil quejarse de la violencia pero es más fácil hacerse desentendido. Es hasta un prestigio hablar de la pobreza y la miseria, pero si no nos lleva a ocupar un lugar entre los pobres queda en demagogia. Es sabio hablar de Dios, pero es comprometedor mirar con sus criterios. San Pablo nos da criterios claros para ver si nuestra mirada es de luz, cuando actuemos con bondad, con santidad y con verdad seremos de la luz. Un ciego que es luz Por el contrario el verdadero ciego, es una señal del camino del discípulo que quiere encontrar la luz. Primero se deja amar y levantar por Jesús. No opone resistencia ni quiere continuar con su mismo estilo de vida: dependiendo de los otros. Crece pero también acepta el reto que da la independencia. Así empieza simplemente a narrar los hechos, pero decir la verdad compromete cada vez más y empieza a vivir la oposición. Descubre entonces que Cristo es un profeta porque le ha devuelto la luz aunque tenga que contradecir a los fariseos que acusan a Jesús de impostor. Entonces es expulsado pero encuentra libertad. Y llega por fin al encuentro pleno con Jesús, no sólo con el curandero, no sólo con el profeta, sino con el Hijo del hombre que dialoga con él, que le da nueva luz. Y exclama jubiloso: “Creo, Señor”. Es el camino de la oscuridad a la luz, desde el mirar y pensar con los criterios humanos, hasta el mirar y pensar con los criterios de Jesús. ¿Nosotros con qué ojos miramos el mundo? ¿Con qué criterios estamos actuando? ¿Cómo ha sido nuestro seguimiento de Jesús? El camino para descubrir a Jesús es dinámico. No termina cada día debemos iluminar nuestro corazón con la luz de su amor y cada día debemos confrontar nuestras obras con sus criterios. Gracias, Padre, por tu Hijo Jesús que ilumina toda nuestra vida. Condúcenos por el camino de la luz para, dejando nuestra ceguera congénita, acojamos la verdad de Cristo y caminemos como hijos de la luz. Amén. + Enrique Díaz Díaz Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
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