Audiencia a los participantes en un seminario sobre la “Familiaris consortio”
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 13 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El cuerpo humano es un lugar de “luz, vida, esplendor” en el que el espíritu “se manifiesta y actúa”, mostrando “la verdadera fascinación de la sexualidad”, que nace de la grandeza de los horizontes abiertos por el amor de Dios.
Lo ha dicho Benedicto XVI al recibir en audiencia a los participantes al seminario promovido por el Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, centrándose en el documento Familiaris consortio, que el Papa polaco publicó después del Sínodo de los obispos de 1980.
En su discurso, el Pontífice ha comenzado de la representación de Miguel Ángel del Juicio Final, conservada en la Capilla Sixtina, con el fin de proponer una visión que “conjugue la teología del cuerpo con la del amor para encontrar la unidad del camino del hombre”.
En los desnudos pintados por Miguel Ángel, dijo el Papa, el gran artista quería mostrar que “nuestros cuerpos esconden un misterio”, y que en el diseño de Dios no hay, por tanto, una oposición entre espíritu y cuerpo. Y, de hecho, en la perspectiva original “los cuerpos de Adán y Eva aparecen, antes de la Caída, en perfecta armonía”, para mostrar “bondad del cuerpo, el testimonio bueno de su origen”.
He aquí, explicó el Papa, que “la verdadera fascinación de la sexualidad nace de la grandeza de este horizonte que se abre: la belleza integral, el universo de la otra persona y del 'nosotros' que nace de la unión, la promesa de comunión que allí se esconde, la fecundidad nueva, el camino que el amor abre hacia Dios, fuente de amor”.
“La unión en una sola carne se hace, entonces, unión de toda la vida, hasta que el hombre y la mujer se convierten también en un solo espíritu”. Aquí nace “un camino en el que el cuerpo nos enseña el valor del tiempo, de la lenta maduración en el amor”.
“Desde esta perspectiva, la virtud de la castidad recibe un nuevo sentido -añadió-. No es un 'no' a los placeres y a la alegría de la vida, sino el gran 'sí' al amor como comunicación profunda entre las personas, que exige tiempo y respeto, como camino hacia la plenitud y como amor que se convierte en capaz de generar la vida y de acoger generosamente la vida nueva que nace”.
“El cuerpo -explicó el Papa- contiene también un lenguaje negativo: nos habla de la opresión del otro, del deseo de poseer y disfrutar. Sin embargo, sabemos que este lenguaje no pertenece al diseño original de Dios, sino que es fruto del pecado”.
“Cuando se lo separa de su sentido filial, de su conexión con el Creador, el cuerpo se rebela contra el hombre, pierde su capacidad de hacer brillar la comunión y se convierte en terreno del que se apropia el otro”.
“¿No es quizás, este el drama de la sexualidad, que hoy permanece encerrada en el círculo estrecho del propio cuerpo y en la emotividad, pero que en realidad puede realizarse sólo en la llamada a algo más grande?”, preguntó.
Pero Dios -destacó Benedicto XVI- ofrece al hombre “un camino de redención del cuerpo, cuyo lenguaje viene preservado en la familia” que se convierte en “el lugar donde la teología del cuerpo y la teología del amor se unen”. Aquí se aprende la bondad del cuerpo, “en la experiencia del amor que recibimos de los padres. Aquí se vive el don de sí en una sola carne, en la caridad conyugal que une a los esposos. Aquí se experimenta la fecundidad del amor, y la vida se entrelaza a la de las otras generaciones”.
De hecho, continuó, es “en la familia donde el hombre descubre su relación, no como individuo autónomo que se autorrealiza, sino como hijo, esposo, padre, cuya identidad se funda la llamada al amor, a recibir y a darse a los demás”.
En el breve saludo dirigido al Papa al comienzo de la Audiencia, el presidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, monseñor Livio Melina, expresó su alegría por la reciente beatificación de Juan Pablo II.
Monseñor Melina recordó que el 13 de mayo de hace treinta años, el Papa “había decidido anunciar públicamente la constitución de nuestro Instituto, al que confió el deber de investigar la verdad sobre el amor humano, el matrimonio y la familia en el diseño divino, con una misión de carácter académica, formativa y pastoral, al quiso asociar su propio nombre”.
“Sí, porque, como el mismo dijo poco antes de dejarnos, quería ser recordado como 'el Papa de la familia y de la vida'”, concluyó.
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