San Mateo 21, 1-11: “Bendito el que viene en nombre del Señor” Isaías 50, 4-7: “No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado” Salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Filipenses 2, 6-11: Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó” Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26, 14- 27, 66) Con ramos y palmas ¿Qué mejor signo y simbolismo para este domingo que los ramos y las palmas que agitaremos en señal de la victoria de Jesús? ¿Qué pueden significar en un sistema de armamentos, de poderosas naves, de armas biológicas y nucleares? ¿Qué sentido tiene para nosotros acompañar a Jesús gritando:“¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”? ¿Dirá algo a nuestro mundo un rey que se acerca a la ciudad montado en un burrito? Año con año salimos con un grupo de personas y hacemos la “entrada triunfal de Jesús” desde uno de los templos hasta la catedral de San Cristóbal. Para muchos turistas es ocasión de tomar una foto y mirar con cierto desdén una escena anacrónica, fuera de sitio y de lugar. Pienso que muchos de los curiosos del tiempo de Jesús, asumirían una actitud muy semejante mirando con desprecio a la turba que vitoreaba a un caudillo con tan singulares posturas montado en un burrito. He aquí a tu rey Esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén tiene un profundo significado para los evangelistas y lo tendrá también para cada uno de nosotros. Los sinópticos nos narran una sola visita de Jesús a Jerusalén y la colocan como el centro de toda su actividad evangelizadora y como la manifestación del verdadero mesianismo de Jesús. La figura de Jesús montado en un burrito debería contrastar enormemente con los gritos de júbilo proclamándolo como Hijo de David. Todas las expectativas que señalaban al Mesías como un rey poderoso y fuerte, que con espada y lanza liberaría a Israel de todos sus enemigos, se ven, diríamos, casi como ridiculizadas cuando Jesús se presenta “montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo”. Y si por un lado se anima a Sión manifestándole que viene “su rey”, que le procurará la verdadera paz, por otro lado toda la humildad y sencillez con que Jesús entra en Jerusalén nos manifiestan el verdadero camino de la paz. Jesús ofrece una manifestación de su condición de Rey-Mesías, no con el aire triunfal de los vencedores, sino en son de paz, con la sencillez del que viene a servir a su pueblo. La entrada de Jesús a Jerusalén y la entrada de Jesús en nuestro pueblo es en sí misma una interrogante sobre lo que significa su presencia y su misión en medio de nosotros: ¿Cómo estamos construyendo la paz? ¿A base de descalificaciones, amenazas y venganzas? ¿Lo hacemos desde el interior, desde el servicio y desde la recuperación del valor de la persona? Contrastes Si ya la sola figura de Jesús entrando a Jerusalén resulta paradójica, el Domingo de Ramos se nos presenta como un día pleno de contrastes, luces y sombras, de un sabor agridulce. En un momento se llenan nuestras calles con los gritos de ¡Viva Cristo Rey!, ¡Hosanna al Hijo de David!, y momentos después resuenan en nuestras iglesias las trágicas palabras de la Pasión, como nos la narra San Mateo, y se van sucediendo, paso a paso, la entrega, el beso de la traición, la negación de Pedro, las burlas y las aclamaciones irónicas de los soldados: “¡Viva el rey de los Judíos!”, los gritos de “¡Crucifícalo!”, hasta la última exclamación en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, para que Jesús dando un fuerte grito, expire. Es la dolorosa realidad que cada día se hace presente en nuestras vidas. Por una parte se exalta al hombre, se le alaba y por otra se le desprecia, se le tortura y se le aniquila. Escuchamos la proclamación de los derechos humanos, la exaltación al respeto y a la igualdad de la mujer, se defiende apasionadamente a los niños y a los pobres, y los noticieros dan cuenta de abusos, de drogas, de violaciones, de secuestros y de la trata de personas. Es la pasión de Jesús vivida cada día en la persona de cada hombre y cada mujer. La Pasión del hombre Y estos contrastes y estos gritos y estos hosannas, son los que representan la realidad del hombre y de la presencia del Mesías entre nosotros. Jesús que toma el rostro y el dolor de cada persona y que lo asume para rescatarlo, para darle su verdadero significado, para llevarlo a la verdadera libertad, más allá de las expectativas meramente humanas y económicas. Aquello que sucedió en aquel día, lo que pasó en esa semana, no es historia del pasado, se trata de una especie de profecía y documentación anticipada de todo lo que ocurre siempre en el mundo y en nuestra historia. El escenario no tiene importancia. Todas las situaciones de nuestra vida reflejan lo que pasó en aquella ocasión: siempre se encontrará en el centro a un hombre, Cristo-hoy, víctima de la injusticia, de la soledad, de la traición, de la indiferencia, de la ausencia de amor. Y siempre los actores serán los mismos, quizás con alguna pequeña diferencia, el Herodes que condena, Pilato lavándose las manos, el Pedro que niega al amigo por temor al compromiso, la huida, el beso de la traición… la muchedumbre que igual en un momento alaba y exalta y en otro, se burla, condena e insulta. Alguna vez me comentaban los actores de la representación que si no habría posibilidad de cambiar un poco los papeles. Así esperaríamos alguna vez que Pilato no se lave las manos y que encontremos a un Herodes que realmente busque la justicia; a un Pedro que no se escurra sino que diga con toda claridad: “Sí lo conozco, es mi amigo”; a unos discípulos que se venciendo sus miedos, no huyan cobardemente sino que se queden firmes en la lucha contra la injusticia. Y hoy tenemos esa la posibilidad de cambiar el guion… ¡con nuestra vida! Historia encarnada Domingo de Ramos, Semana Santa… es la historia de Cristo encarnada en la humanidad, con la posibilidad de que nosotros cambiemos las situaciones y nos unamos al Jesús, Hijo de David, en su misión de paz y de amor. Claro que necesitamos cambiar las actitudes y asumir los criterios de Jesús que se entrega, mientras los demás huyen; que da la vida, mientras los otros toman las armas; que perdona, mientras los demás se llenan de odio. La semana santa debe vivirse en este clima del gran amor de Jesús, pero al mismo tiempo debe vivirse como un fuerte reclamo ante las agresiones a la dignidad del hombre. No podemos vivir una semana santa sin compromisos, sin atención al hermano. Que cada una de las palabras de Jesús encuentre eco en nuestro corazón. Este día y esta Semana Santa llenémonos del amor de Jesús, guardemos sus palabras, sus actitudes y sus enseñanzas en nuestro corazón. ¿Habrá tiempo para escuchar a Jesús? ¿Habrá tiempo para aceptar la manifestación de su amor hacia nosotros? ¿Estaremos demasiado ocupados? ¿Lo dejaremos muriendo en soledad, en la cárcel, por el hambre y el abandono? Semana santa: tiempo de Jesús y tiempo del hombre verdadero. Padre Bueno que nos has dado como modelo a tu Hijo, nuestro Salvador, hecho hombre, humillado hasta la muerte de cruz, haz que participando vivamente en su pasión, manifestemos y vivamos nuestra fe en su resurrección. Amén. + Enrique Díaz Díaz Obispo Auxiliar de San Cristóbal
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